Allá por la década de 1880, en Dinamarca y Suecia los productores lácteos formaron pequeñas cooperativas con la idea de invertir en instalaciones comunes de producción láctea. De esta forma consiguieron un uso eficiente de la leche y productos de mejor calidad. Los ingresos se dividieron de forma equitativa entre los ganaderos y juntos se labraron un buen futuro para ellos y para la siguiente generación.